Mi vida en el Distrito Federal
Antes de tener que salir porque el agua se ha gastado, tengo que darme tiempo para anotar de una vez todo lo que he estado sintiendo fuera de casa, ya instalada en la capital del país. Desde que empaco para salir en este viaje, sé que empaco para no volver, o por lo menos para no volver como antes para quedarme.
La nostalgia me envuelve, agravada por el tango que masoquísticamente pongo como música de fondo. ¿Cómo no empacar al osito de peluche, a dos que tres libros amigos y un poquito de calorcito de mi lindo Yucatán?, ni hablar del sobrepeso de equipaje que ha de significar todo el cariño de los que me rodean. Aunque con dificultades, cierro por fin la maleta y una etapa de espera en el aeropuerto, Terminal de la vida.
Al bajar del avión, respiro la pesadez del ambiente, de la ahora mi casa, y me preparo para lo peor sólo para descubrir que la imagen de la capital la hemos distorsionado también con el miedo de crecer. Es decir, aunque sí hay mucho de que dolernos con esta ciudad, no todo es malo y en mucho de su gente aún brilla la bondad. Esta vez no me han vendido un taxi más caro que mi bolsillo, ya vengo preparada y voy al hostal que me recibe por segunda vez. Ana María sabe que llegaré y Doña Dolores platica conmigo durante la subida del cuarto al quinto piso, con la maleta a cuestas pues el elevador no llega hasta la cima. Entre barritas de cereal, agua a montones y una dosis de tristeza por la lejanía de los chistes, abrazos y curiosidades familiares, paso el primer día que invierto en confirmar la renta del que ahora es mi hogar y caminar por Bellas Artes y esas esquinas y alrededores de Juárez que son las esquinas de la prensa, de la verdad o de las medias verdades pues en su asfalto se levantan el Diario Excélsior, Universal(el que visité hace siete años y en cuyas cercanías, quizá deseé vivir y trabajar, crecer.), y Milenio. Frente a mí se despierta la torre del Caballito, el número 10 de nuestra larguérrima Avenida Reforma, paseo dónde también se encuentra la Cámara de Comercio (suerte la mía pues ahí se cuece el arbitraje).
Camino por Reforma y no puedo dejar de pensar en el medio entre libertad y libertinaje, cuando veo muchos de sus pasajes prácticamente cerrados por campamentos de los manifestantes que por cierto, pacíficamente, defienden sus causas, lo malo es que cerrando arterias vitales de comunicación en algunos casos. Casi llegando al Ángel que corona este paseo, vislumbro la embajada Americana, atrás de la cuál me alojará por tiempo indefinido, precisamente en el Río Danubio. Al adentrarme en la zona no dejo de encontrarme con los olvidados, con los que piden para un taco, y aunque me duelo con ellos, me prometo ayudar en instancias que no representen el peligro que es para el recién llegado andar abriendo su flaca cartera en público y perder esos centavos de estancia; aprovecho también elevar una oración por ellos los que veo y por los que no, incluso pido la misericordia de los que los contrataron tal vez, para que no sean maltratados por no cumplir “la meta de venta del día”.
Mi corazón se prepara para esta ciudad, aún sigue buscando la forma de no congelarse, de no endurecerse y se pregunta ¿hasta dónde por tratar de salvar nuestra vida la perderemos?. Pido a Dios no perder el equilibrio.
Y en esas estoy, aprovechando unas horas de relajamiento para encontrarme con mis amigos, que son más políticos que una, para debatir varios temas al calor del jazz del club Zinco, el cuál ofrece improvisación regia como plato del día. Entre “bebidas refrescantes” se nos fue la noche y ya sólo nos quedo dormir unas horas para…
Para que en el segundo día, a temprana hora subiera por Reforma hasta el imponente monumento a petroleros, bañada por el tráfico citadino (novatada), y logrando llegar al Desayuno de Becarios FUNED, donde compartí experiencias con los nuevos becarios y conocí más acerca de esta Fundación a la que en parte debo mi Maestría y tengo admiración.
De ahí salgo caminando como de rayo, pues así se vence el tráfico que los taxis no pueden, hasta el metro Auditorio donde sigo una serie de combinaciones, las cuáles mágicamente me permiten llegar al zócalo, ahí donde se iza nuestro lábaro patrio con imponente majestad, -esto es para mí- me dije. Definitivamente ahí se siente especialmente ese “trabajar por la patria”, cuna, centro de nuestra nación. Pasando las revisiones de seguridad y un poco pérdida entre los varios edificios, entrego mis papeles. De ahí habrá un par de vueltas más, una que otra lluvia que me recuerda que al final del día Dios tiene un plan, para por fin concretar mi ingreso a la Secretaría. Doy gracias a Dios. Entre metros te veas…Después de un largo día brincando charcos y estaciones lo único que quiero es descansar en mi camita.
-Viviendo en un Río
Ayer llegué a mi nuevo hogar. Pedro (gentil amigo del puesto de gorditas y demás, vecino nuestro) me ayudó con las maletas. La familia a quién alquilo mi pequeño espacio de tranquilidad, ya organizado para la agitada vida capitalina, es un ejemplo de trabajo conjunto, pues a mi arribo los vi correr con diferentes implementos de limpieza fuera del departamento. Don Francisco, Doña Tere y Francisco, tienen algo especial, iré descubriendo más estoy segura. Francisco es un niño más que activo y al primer momento me da recomendaciones acerca de cómo cerrar la puerta. Dios sabe porqué aquí tenía que estar, pues de varios departamentos este resultó el mas adecuado y de suerte recién desocupado. Aprenderé a moverme en metro y micro (hacia metro Hidalgo) para las idas y venidas; y aunque extrañe vivir tan cerca de Bellas Artes y de diversos amigos que sé trabajan por ahí, me gusta esta zona y podré amar los domingos de reforma: porque cierran la avenida hasta las dos de la tarde y podemos de y hasta el Ángel, mi Ángel también de “independencia”. Viene la aventura, estamos listos y en proceso, ambas cosas. No sé acaba de aprender, por suerte.
Ayer mismo a unos pasos de donde por cierto consumí ricas, ensalsadas (dícese de lo que tiene salsa de tomate o similares), masitas que sólo sabemos hacer en México, marchaba la comunidad lésbica-gay de nuestro país. No pude evitar echar un vistazo a dicho movimiento social. Si bien no apruebo dichas prácticas pues se centran en un entregarse sin la finalidad principal del don de la vida, tampoco apruebo los maltratos de que pueden ser objeto estos hermanos nuestros; pasan por mí mente madres que segregan a sus hijos, gritos y escupitajos en las escuelas, señalamientos que nadie merece. Y por ello si pienso que haya una causa por la cual luchar, por terminar esta cacería del hombre al hombre.
Cruzas reforma y ya estas en Génova, cuna del descubridor de América, para descubrir allí una cálida iglesita cuyo nombre prometo anotar pronto, todos parecen conocerse y el cariño fluye. Antes en la avenida cientos de seguidores de Andrés Manuel López Obrador marchan hacia la Convención Democrática, no parecen ir por pago de nadie, en sus rostros, siento auténtica insatisfacción con el resultado electoral. Corro junto a ellos, me envuelvo en el pueblo un instante para después correr de regreso meditando nuevamente sobre la libertad que nos dieron también los padres de la patria, ésos cuyos restos resguarda el ángel, el cuál me llama a correr hacia él para llenarme de patria otro tanto.